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Un día le dijo a su madre:

―Aquellas mil cien monedas de plata que te habían robado, y por las cuales echaste una maldición contra el ladrón delante de mí, yo las robé.

―Dios te bendiga por confesarlo —respondió su madre—, y él le devolvió el dinero.

―Lo voy a consagrar al Señor a favor tuyo. Con él haremos un ídolo fundido y tallado.

Tomó, pues, doscientas monedas y se las llevó a un platero, y el ídolo que hizo fue colocado en un santuario que Micaías hizo.

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